"Quienes actualmente tengan una máquina de escribir, tendrán entre sus manos algo que posiblemente muy pronto se transforme en un objeto de culto, pues una de las últimas fábricas del mundo que las producía, la Godrej and Boyce, cerró sus puertas en India.
Por muchísimos años este aparato fue un elemento indispensable entre escritores, periodistas y en variadas oficinas, símbolo de modernidad y eficiencia. Sin embargo, la irrupción de los computadores fue dejando en el olvido este dispositivo masificado a medidados del 1800.
Milind Dukle, gerente de la empresa, dijo que a pesar de que en occidente fueron abandonadas hace unos 20 años, en India eran aún comunes hasta hace pocos años especialmente en oficinas públicas. Pero el panorama fue cambiando en los últimos años: "No recibimos muchas órdenes ahora. Desde comienzos de 2000, los computadores comenzaron a dominar".
Y las cifras son arrolladoras: "A principios de los años 90 producíamos 50.000 piezas al año. Hasta el 2009, fabricábamos de 10.000 a 12.000. El año pasado, vendimos menos de 800", indica Dukle.
Ahora, en su tienda quedan sólo 200 máquinas para vender, la mayoría con caracteres árabes.
Sin embargo, no todas las fábricas han desaparecido, pues aún quedan algunas que elaboran estos aparatos en China, Indonesia y Japón, principalmente para abastecer cárceles y otras oficinas de gobierno."
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Recuerdo la primera vez que vi una máquina de escribir: Fue en la oficina de mi padre. En una mesita a la izquierda de su escritorio una hermosa Underwood atrajo mis miradas. Y no dejó de ser un fuerte imán para mis ojos de niño.
Muchas veces veía a mi padre tipeando cartas con sus dos dedos índices.
Cuando pretendía acercarme mas de lo debido a su Underwood, saltaba con fuerza la advertencia: "¡Te castigaré si usas esta máquina!".
Y eso acuciaba aún más mi interés. Una tarde, en que mi padre dormía su siesta habitual, entré a su oficina privada. Me acerqué a la máquina, saqué su cubierta y logré colocar una alba hoja de papel. Y comencé a teclear sin ton ni son con mis dos dedos índice. Había una cinta con dos colores: rojo y negro.
Y comenzó a ser un ritual para mi el ir después de almuerzo e intentar manejar ese mágico artefacto.
Con el tiempo, logré escribir algunos textos, cada vez con mayor rapidez. Mis dedos parecían volar. Y me sentía fascinado.
Se me ocurrió escribir algunas historias, las que iba ocultando en un compartimento secreto que creé en mi velador. Era un doble fondo en el que guardaba mis tesoros para tenerlos lejos de mi curioso hermanito menor.
Una tarde mi padre me descubrió y el castigo fue muy severo: No podría ir a la matineé durante dos días Domingo. Lloré como nunca. Justo iba a perderme el final de una serial que llevaba mas de dos años: "El Imperio Submarino"· Era una ciudad bajo el agua en que las construcciones se iluminaban ¡Con antorchas!. Nunca me pregunté como no se apagaban,
Hace unos años en una tienda de vídeos la encontré completa a la venta. Sentí curiosidad por saber como sería el fin de la serial, pero, me aguanté. Ya era cosa del pasado.
Transcurrió el tiempo. Me trasplanté a Santiago a estudiar en la Universidad de Chile.
Mi padre me regaló su máquina para que la usase en la confección de mis trabajos de investigación. Y, junto a ella, su hermosa regla de cálculo y su maravilloso juego de compases que usó en sus tiempos de estudiante. Aún conservo la regla y los compases.
La antigua Underwood fue reemplazada por una Remington portátil. Que unos años después me fue robada desde mi oficina gerencial.
Me cambié a una Olivetti Letera y, después que alguien encontrara que su tipografía era obsoleta, compré una hermosa y moderna Panasonic electrónica total, con letras en "margaritas" intercambiables, memoria para varias hojas de texto, corrector ortográfico, conexión a computador. Y cintas de plástico o género. Recuerdo que me costó $152,000.- Hace un cuarto de siglo era una fortuna. La pagué al contado. Aún funciona. Casi no la ocupo. No hay cartridges de cintas de repuesto.
La modernidad desplazó estas obras de arte por equipos mas baratos, multifuncionales y eficientes. Sin embargo, a pesar de ella, mas de una vez recuerdo mis primeras letras tipeadas en la semipenumbra de la oficina paterna.
Cierro mis ojos, me parece sentir el olor a metal, aceite lubricante y escuchar el sonido metálico de la campanilla que anunciaba la llegada al fin de cada línea...
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