En unos primaverales días surgió, y tomó cuerpo, la idea de agrupar a los poetas jovenes colchagüinos.
Pronto se fijó la fecha para el primer recital.
A fines de Octubre, el gimnasio del Liceo de Hombres de San Fernando aguardaba la hora de inicio del evento.
Como vate seleccionado, invité a mi madre.
Iba entrando con ella, cuando el coordinador del acto la toma del brazo y le dice: "Usted es la madre del poeta, debe estar en primera fila". Nunca la había visto tan orgullosa y felíz. Me senté a su lado.
La mayoría de los participantes, teníamos un ego tan grandioso como fatuo y, además, la crueldad y el desdén de quienes piensan ser los dueños del universo.
Con los años vemos que las cosas eran muy distintas. Aprendemos a practicar el respeto, a defender valores, y a ser pacientes y tolerantes. (Aunque que, como están las cosas, parece que somos una especie en extinción).
Se había invitado a personas de Santiago para que leyeran nuestras estrofas. Entre ellos, al gran Roberto Parada: Excelente actor, de una potente voz, dicción perfecta y con las inflexiones precisas para suscitar emociones entre los oyentes.
De los noveles poetas resaltaba uno, disfrazaba su humildad mirándonos con desdén. Se mostraba segurísimo que su obra era la mejor.
Se dio inicio al Recital: Se apagan las luces centrales de la sala. En medio del escenario se lee la primera obra. Aplausos, aplausos, aplausos.
Cuando llegó el momento que esperaba, me di cuenta el formidable Roberto Parada iba a recitar mi poema. Contuve la respiración cuando comenzó:
AKAR
"No quiero poemas,
ni flores ni alegrías.
Sólo un hueco en la tierra.
Polvo. Olvido.
Allí.
Solo.
En medio del camino.
¡El Amor rugirá sobre mis huesos!".
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Don Roberto la leyó con tanta alma que recibió el más apoteósico de los aplausos. Incluyendo el mío...
Hubo un intermedio.
Vuelto el público a la sala, comenzó la segunda parte.
Y he aquí que el poema del joven altanero comienza a ser leído por un personaje muy conocido en la ciudad. Que tenía sus años. Su voz era bajita. Tenue. Y ni siquiera aumentando el volúmen del amplificador, se podía escuchar.
Me puse a mirar al autor. Se iba empequeñeciendo ante ese desastre.
Para poner el sello final a ese tan íntimo drama, les contaré que el Gimnasio estaba ubicado al frente de la Compañía de Bomberos de la ciudad. Y ¡Comienza a sonar la alarma de incendio! Era una sirena que se oía cual Júpiter tonante. Trompeta apocaliptica. Sepulturera de sueños.
Mientras tanto. El poema seguía siendo leído. Y terminó sin pena ni gloria, mientras la sirena sonó por unos larguísimos minutos.
El poeta, con el rostro desencajado, se retiró de la sala. Nunca más le vi.
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Hoy, leo el obituario de un diario santiaguino y aparece el poeta: "Se comunica el sensible fallecimiento de nuestro querido esposo, padre, abuelito y suegro, don XXXXXX. Sus funerales se efectuaron el 22 de este mes en el Cementerio Metropolitano."
Y recordé, de repente, todo lo que acabo de escribir.
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