lado del Pesebre estaba mi regalo: Con su par
de palillos de madera, un hermoso tambor de
hojalata. Le coloqué un cordel y lo colgué de
mi cuello. Y me puse a tocarlo. ¡Me convertí
en el mas feliz de los niños! Llegó la hora de
almuerzo y seguía con mis redobles. Después,
la sagrada la hora de la siesta paterna. Y yo
seguía tocando el tambor. Después la once y
la cena. Ambas caras del tambor estaban
abolladas de tanto trabajo. Me fui a dormir.
Mi padre me miró con ojos muy cansados.
A la mañana siguiente mi tambor no estaba
por ningún rincón de la casa. Comencé a
buscarlo. Y no lo encontraba... Lo seguía
buscando, lo seguía buscando, mientras
mi padre dormía con una dulce sonrisa en
sus labios. Nunca volví a ver mi tambor...
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