En esta historia verdadera mi único rol es el de narrador. He tratado de transcribir lo mas fielmente lo que en ese entonces sucedió:
Recién había llegado a nuestra primera casa propia. Estaba ubicada en pleno centro de la ciudad de San Fernando.
Uno de los primeros vecinos que conocí fue un adolescente.
Pasó corriendo frente a mi puerta. Era seguido por dos jóvenes morenos, muy enojados.
De repente, una sorpresa: Tres casas al sur de la mía, el fugitivo se detuvo en seco.
Metió una mano dentro de su chaqueta y sacó un pequeño frasco con un líquido desconocido.
Lo miró como si fuese algo muy peligroso, alzó su brazo frente a sus perseguidores que, atemorizados, no sabían a que atenerse. El frasco fue estrellado en la vereda y se rompió derramando su contenido. La pareja, optó por huir despavorida lejos del lugar.
El causante de todo, ya en el umbral de su casa, se reía a carcajadas. El terrible frasco sólo contenía agua...
Tiempo después supe que el adolescente se llamaba Julio. Quienes le perseguían eran hermanos que, de ascendencia de un país de la media Luna, estaban furiosos porque les había puesto el apodo de los “camellos”. Desde esa vez fueron sus enemigos declarados.
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Julio era gran amigo de Eduardo.
Un día llegó al barrio una hermosa joven.
Por esos invisibles correos se supo que, el próximo fin de semana, daría una fiesta con motivo de su cumpleaños.
Los amigos no se veían hace un tiempo y, ambos pensaban que el otro había sido invitado a la celebración. La tarde del suceso se encontraron y vieron que sus pensamientos eran erróneos. No estaban en la lista de la recién llegada.
A los dos les gustaba bastante la muchacha. Mientras pensaban al respecto, vieron pasar a los “camellos”, muy elegantes, perfumados y con sendos paquetes de regalo, rumbo a la casa del evento.
En un tres por dos, Julio y Eduardo tramaron su venganza ante tamaño desaire.
En esos tiempos, las películas de cine eran de un material combustible: Celuloide.
Con sólo un medio metro, que se enrollaba con fuerza, después se envolvía en una hoja de papel, igual que un caramelo, quedaban unas puntas que, al acercárseles un fósforo encendido, funcionaban como mechas provocando la combustión del celuloide. Esta, al producirse, generaba una nube densa de un humo del más nauseabundo de los olores.
Con unas cuantas de esas bombas de humo, Julio y Eduardo estudiaron el lugar de la fiesta.
En la parte de posterior de la casa había un sitio eriazo, con un pequeño muro.
Lo saltaron sin problemas y llegaron a la cocina de la cumpleañera.
En medio de una mesa había una hermosa torta y todos los manjares propios de una celebración. Con rapidez, un par de bombas de humo fueron encendidas.
Los desairados huyeron velozmente mientras en la casa, llena de invitados, los anfitriones corrían hacia la cocina.
Ya era demasiado tarde.
Todo estaba irremediablemente contaminado: Los alimentos, la vajilla, todo hedía a inmundicia. Mientras tanto una joven lloraba desolada…
Nadie supo nunca lo que había sucedido. Salvo los “camellos”, ellos siempre sospecharon que Julio había tenido algo que ver.
Ese fue un cumpleaños realmente inolvidable.
3 comentarios:
Maria, Julio y los camellos estan entre mis favoritos ya hice comentario . pero lo reitero es este sitio tu narracion es limpia. anema. y de una grandiosa sencilles que queda siempre con gusto y ganas de leer mas de tus recuerdos gracias.Soy tu fans
Maria, Julio y los camellos estan entre mis favoritos ya hice comentario . pero lo reitero es este sitio tu narracion es limpia. anema. y de una grandiosa sencilles que queda siempre con gusto y ganas de leer mas de tus recuerdos gracias.Soy tu fans
¡Gracias HUMI!
Tus palabras me alientan a seguir escribiendo: Ricardo
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