Y recordamos la niñez cuando en la vieja vivienda campesina, al lado del brasero, una anciana nos contaba historias de miedo, que todos escuchabamos en respetuoso silencio.
Al finalizar, corríamos despavoridos hacia nuestro hogar, por caminos de tierra alumbrados sólo por la luna.
Mirando hacia atrás, pensando en ver ese gran perro negro, de ojos rojos, que se acercaba a la entrada de la Escuela y los niños que se subían a el. El perro crecía y crecía y, cuando todos los estudiantes estaban montados en su lomo, el perro huía dejando sólo un olor a azufre. Y los niños no volvían jamás.
¿Sería nuestra versión criolla de El Flautista de Hamelín?
Llegabamos a casa, derechito a la cama y nos tapabamos asustados anhelando la luz del día.
Mientras tanto, al lado del brasero, la anciana tomaba mate mientras pensaba en su próximo cuento nocturno....
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1 comentario:
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- David
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