sábado, 7 de noviembre de 2009

Las barras deportivas del ayer y las barras flaites del presente...


 Recuerdo cuando, en 1963, ingresé a la Facultad de Medicina Veterinaria de la U de Chile. Por el hecho de ser alumnos de la Universidad, se nos daba la posibilidad de afiliarse al Club Deportivo de la U.  A valores acordes con nuestra calidad de estudiantes.
 Y era sensacional ir al Estadio. Disfrutar del colorido espectáculo cuando se jugaba un clásico. Primero, gozabamos las historias llenas de calidez y emoción, y nos deleitabamos con sus hermosas coreografías . Y después...¡el partido de fútbol!
 Días de sol. Alegría sana. Las tallas entre las barras eran ingeniosas y de buen gusto. Al finalizar todo, nos retirabamos en órden a nuestros hogares. No había rejas, fuerzas policiales, ni registro de los asistentes.
Era un paseo familiar, totalmente seguro y libre de temores...

 Viajando al presente, el Jueves pasado, tomé un bus para ir a la calle Independencia. Y resultó que muchos de los pasajeros eran jóvenes y jovencitas, con camisetas de color azul.
 Me di cuenta que eran de la barra de la misma universidad donde comencé a estudiar.
 Portaban sendas botellas o latas de cerveza. Envueltas en bolsitas plásticas de color negro. Y, al comienzo, bebían con disimulo. Con los primeros efectos del alcohol, ya la acción era mas desembozada. Y alguien comenzó algo que semejaba un canto. Pero, no era tal: Una sarta de frases groseras: "De tu madre, huecos", y otras cosas peores.  Y siguió un saltar masivo, acompañado de golpes a los vidrios, techo y otras partes del bus. De yapa, improperios para el conductor.
 Los envases, vacíos, iban siendo arrojados por las ventanas hacia la calle.
 Muchos de los pasajeros eramos adultos mayores. Mujeres en su mayoría. ¿Que podríamos hacer ante una manada jóvenes borrachos?
 Parece que el conductor tenía suerte, le tocó un bus que podía comunicarse con alguna central. Pasado el río Mapocho, un grupo de fuerzas especiales de carabineros, detuvo al vehículo. E hizo descender a cerca de la mitad de los barrista. Bajaron en silencio, cabeza gacha, sin reclamar de ninguna manera.  ¿Donde estaba la prepotencia y el irrespeto de la patota?
 El bus prosiguió su marcha, pero los hinchas que seguían a bordo, multiplicaron sus muestras incivilizadas. Debía bajarme, estaba cerca de mi destino.  Por las calles, caminaban grupos de ropaje azul. El chofer no se atrevía a detenerse por temor a que subieran esas hordas.  Se detuvo frente a la Escuela de Medicina. Como pude bajé. Había una reja que me impedía subir a la vereda. Los vehículos corrían veloces por la calle donde me encontraba. Me encomendé a mi Ángel de la Guarda y pude  llegar, sano y salvo, hasta la esquina.

 Y me puse a pensar en quienes creen que hay que fomentar el deporte porque es un buen ejemplo para la juventud. Viendo a los barristas, creo que algo puede estar fallando. Y, mentalmente, me fui cantando algo que sí me habría gustado escuchar, entonado por jóvenes sanos, de mirada transparente y de corazón puro:
" Ser un romántico viajero
y el sendero continuar,
ir mas allá del horizonte
do remonta la verdad
y en desnudo de mujer
contemplar la realidad.
 ¡Brindemos, camaradas, por la Universidad
en ánforas azules de cálida emoción.
Brindemos por la vida fecunda de ideal
sonriendo con el alma prendida en el amor....!"
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Desgraciadamente el deporte se ha fanatizado a tal grado que la violencia corre cada día de competencia.
Eso sucede en todo el mundo, y el temor es tanto para los adultos mayores como para las mujered y los niños.
Ahora el deporte ya no es familiar.... las «barras bravas», lo han convertido en lo que los romanos hicieron de los gladiadores.