DÍA DE LOS ENAMORADOS
por Lillymart. Escritora chilena
Clementina tenía un miedo atroz de que llegara el "Día de los Enamorados" y pasara por su vida sin detenerse, como un día más.
En sus sueños, esos que se tienen al amanecer y que son tan nítidos que parecen reales, Juan le mandaba una tarjeta de San Valentín.
Una grande, con un corazón de terciopelo rojo y que al abrirla, tocaba una canción de amor. ¿Existiría una tarjeta así? Al menos, en los sueños de Clementina era real y se la traía un gigantesco oso de peluche que tocaba a su puerta y le decía: Vengo de parte de Juan.
Otras veces era un mago vestido de etiqueta que sacaba de su sombrero de copa un enorme ramo de rosas rojas. Ella lo apretaba contra su pecho y leía en la tarjeta la dedicatoria: Con el amor de Juan.
Entonces el mago le decía: ¡Falta el acompañamiento! Y una bandada de mariposas azules salía volando de su chistera y se prendía en el pelo de Clementina.
Ella se sentaba todas las tardes en un banco de la Plaza, para ver pasar a Juan en su bicicleta. Fingía leer, pero nunca lograba pasar de la misma página. El pedaleaba airosamente y sus largos rizos castaños se escapaban del casco y flotaban en el viento.
Al pasar, la miraba.
Ella leía una y otra vez las mismas frases, que en su imaginación se trasformaban en un diálogo con Juan.
-¿Qué lees , Clementina?
-Un libro de Jane Austen.
-¿Será, por casualidad, "Orgullo y prejuicio"?
-¿Acaso lo has leído?
-No, es cosa de mujeres. Pero su título resulta interesante.
-¿Por qué lo crees?
-Porque el Prejuicio es la borra en el café del Amor.
Otra variante de lo mismo:
-¡Hola, Clementina! ¿Siempre leyendo?
-Sí. Pedí en la Biblioteca "Sensatez y sentimientos".
-Mmm ¡Qué buen título! Pero contradictorio.
-¿Por qué lo dices?
-Porque el Amor está loco y la Sensatez es su camisa de fuerza.
-Pero ¡Ay! Nada haría posible aquellos despliegues de pirotecnia intelectual. Juan ni siquiera sabía su nombre y sólo la saludaba desde lejos, agitando una mano. Jamás se le acercó a preguntarle qué leía.
Para colmo, ahora había aparecido Javier, un gordito jovial y entusiasta que pasaba el Verano en casa de unos tíos.
Clementina notó que siempre se las arreglaba para estar parado en la puerta cuando ella pasaba de vuelta del Supermercado. Se apresuraba a cogerle las bolsas para llevárselas con galantería.
Ya en la puerta de su casa, echaba la mano al bolsillo y le ofrecía un caramelo:
-¿Te sirves?
Se veía que hacía enormes esfuerzos para caerle simpático. Un par de veces la había invitado al cine, pero Clementina siempre le decía que no. ¿Cómo arriesgarse a que Juan la viera y pensara que ya no estaba libre para recibir las invitaciones de él?
También se encontraba con Javier en la Biblioteca. Al principio pensó que la seguía, pero luego notó que era un entusiasta de Salinger y que leía sus libros con devoción. Le recomendó sus cuentos a Clementina, pero ella hizo un mohín desdeñoso.
Javier sonrió sin darse por ofendido y extrajo de su bolsillo el eterno paquete de caramelos:
-¿Te sirves?
Siempre estaba comiendo dulces o maní confitado.
-¡Con razón está tan gordo!- pensó Clementina- ¡Desde lejos parece un hipopótamo con bermudas!. Le daba rabia que fuera precisamente él quién le demostrara interés, mientras el objeto de su amor pedaleaba indiferente con su nariz al viento.
Pero, a principios de Febrero, Juan detuvo por fin su bicicleta frente a ella. Clementina, como siempre, hacía más de media hora que leía la misma página. En ella, una y otra vez, Mr. Darcy humillaba a la pobre Elizabeth. . . .
El sonrió y quitándose el casco esponjó sus rizos con vanidoso descuido.
-Me llamo Juan. (¡Cómo si ella no lo supiera!. )
-Yo, Clementina-balbuceó ruborizada.
-¿No sales en bicicleta?
Ella enrojeció aún más, porque no tenía bicicleta y lo que era peor, nunca se había montado en ninguna.
-Prefiero leer-dijo con timidez y bajó la vista sobre las páginas de la novela.
Juan ni siquiera le preguntó qué leía y ella comprendió que los libros no formaban parte de su universo. Fue una decepción, pero rápidamente quedó borrada por el brillo de sus ojos claros y los destellos que el sol arrancaba a sus rizos castaños.
Llegó el Día de los Enamorados y Clementina despertó soñando con Juan.
La tarde anterior había pasado repetidas veces frente a ella en su bicicleta y siempre la saludaba y le sonreía como si quisiera decirle algo. ¿Sería que por fin su corazón había empezado a latir al unísono con el suyo?
Cerca de las once sonó el timbre. Era un mensajero que traía un paquete envuelto en celofán.
-¿La señorita Clementina?-preguntó. Y al ver su cara radiante le gritó al partir:
-¡Feliz Día de los Enamorados!
En su dormitorio, Clementina rompió ansiosa el papel y se encontró con una caja de chocolates en forma de corazón. La acompañaba una tarjeta que decía:
"Has conquistado mi corazón. Aquí te lo entrego lleno de amor. J "
¡"J" de Juan, naturalmente !
Clementina, eufórica, apretó la caja contra su pecho. ¡Sus sueños más hermosos se hacían realidad!
Todo el día anduvo sobre nubes. Sin saber qué hacer con la inquietud que cosquilleaba en todo su cuerpo, le ayudó a su mamá a hacer el aseo y se ofreció a ordenar su pieza, cosa que hacía semanas le venía rogando inútilmente.
Al atardecer se arregló como nunca. Peinó su corta melena con esmero y se puso la blusa rosada que le quedaba tan bien.
Esta vez, junto con su libro llevaba la caja de bombones. Se sentó en el banco de siempre, sintiendo que su corazón latía alocadamente. ¡Estaba segura de que él llegaría de un minuto a otro!
De pronto, divisó a lo lejos la figura bamboleante del gordito majadero. Se aproximaba a la Plaza y venía directo al banco en el que ella se sentaba.
¡Qué pesado! No pensaba saludarlo para que no se parara a conversar. ¡Seguro que venía otra vez a recomendarle a Salinger!
Simuló que no lo había visto y ocultó la cara tras su libro.
Pero al mismo tiempo escuchó sonar la campanilla de la bicicleta de Juan.
Otro campanilleo respondió a su llamado y una niña rubia se le aproximó pedaleando. Juntos se alejaron riendo y conversando y él, ni una sola vez dirigió la vista al banco donde estaba Clementina.
Sus ojos se quedaron fijos en ellos, incrédulos y desolados, mientras dos gruesas lágrimas se iban formando entre sus pestañas.
Una voluminosa figura le obstruyó la vista y vio a Javier parado frente a ella. Sin notar su llanto, exclamó entusiasmado:
-¡Qué bueno que trajiste los chocolates, Clementina!
¡Tenía unas ganas de probarlos. . . . !
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Nota del Editor: Espero hayan disfrutado de esta narración y del sutil humor de su autora. Si desean leer y gozar de otros relatos, les invito a visitar su Blog:
http://lillymarmat.blogspot.com
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