miércoles, 2 de diciembre de 2009

El abuelo de M.E.O. y Phillip el travieso.


 Transcurrían los años 60, Julio vivía en la calle San Pascual. En lo que entonces era el borde Oriente de la ciudad de Santiago.
 Tenía un blanco poodle juguetón, llamado Phillip: Le agitaba una toalla roja y, a los sones de “El gato montés”, el perro la embestía furioso con toruna decisión.


 A la sazón, Julio era alumno de la Escuela Dental, en la U de Chile. Propio de sus afanes para ser el mejor, era uno de quienes acudían de noche al cementerio General a visitar a los cuidadores. Ellos proveían a los estudiantes de Anatomía de cráneos, diversas clases de huesos y el preciado oro sustraído de las piezas dentales de los cadáveres.


 El vecino de Julio era un tranquilo y conocido personaje político, don Rafael Agustín Gumucio. Todas las tardes salía a regar su bien cuidado jardín. En cierta ocasión su asombro fue intenso al encontrarse con Phillip cavando afanosamente para enterrar un gran fémur humano.

 Desde entonces, don Rafael, abuelo materno de Marco Enriquez O., distanció sus salidas al patio. Solo volvió a su rutina cuando Julio y Phillip se cambiaron de barrio.

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